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Tapionero

TRES SORPRESAS EN EL MISMO DÍA

Me gusta preparar mis viajes antes de partir y documentarme sobre los lugares que visitare. Disfruto leyendo buena literatura escrita por otros que antes que yo transitaron por esas geografías. Pero al mismo tiempo también me encanta sorprenderme, descubrir y disfrutar de muchos de esos momentos improvisados que surgen en los viajes. La esencia de un buen viaje es la curiosidad.





Una tarde paseando por las calles de Yerevan, la capital armenia, mi buena amiga Anna me soltó: ¿Sabes quién es Sergey Parajanov? No, es la primera vez que escucho ese nombre, le respondí, bueno pues entonces tenemos que ir a su museo, no te lo puedes perder.


Al rato estábamos entrando en una casa antigua de dos plantas, reformada, situada en la parte vieja de la ciudad.


Sergey Parajanov, hijo de padres armenios, aunque él nació en Tiflis (Georgia) fue un artista multifacético. Considerado como una de las figuras más fascinantes del cine en el siglo XX nunca lo tuvo fácil. No fue sin duda uno de los niños mimados del régimen soviético, al contrario, estuvo encarcelado en varias ocasiones y su arte y su persona nunca fueron entendidos o valorados por los dirigentes de su propio país.


Al recorrer las distintas salas del museo se accede a un mundo fantástico, surrealista, repleto de objetos extraños, como esa maleta convertida en elefante. La imaginación del artista no tenía limites, reconvertía y fantaseaba con los objetos. Parajanov fue un rebelde, no estaba sujeto a convencionalismos, fue un artista único, no hay nadie que se le asemeje ni le pueda imitar, fue un defensor de la libertad en todos los aspectos de la vida y eso lo trasladó a su arte. En una ocasión dijo: “No siempre hay que entender el arte, sino sentirlo”.


Para disfrutar del museo hay que ir con tiempo, recorrerlo con tranquilidad y con los ojos muy abiertos. Allí encontraremos miles de objetos, desde dibujos abstractos, grabados, montajes tridimensionales, sombreros de mujer diseñados por el mismo, muñecas vestidas con extraños atuendos, y decenas de collages hechos con todo tipo de objetos. Arte en estado puro.


Compre un par de libros y algunas películas en la tienda situada a la entrada y abandone el lugar satisfecho por haber descubierto un inmenso y extraordinario artista totalmente desconocido para mí.


Pero Yerevan me tenía reservado para ese día dos sorpresas más.


No conozco el motivo, pero la capital armenia tiene una gran tradición con el jazz y cuenta con numerosos locales nocturnos con música en directo. Para muchos, entre los que me incluyo, el Malkhas Jazz Club quizás sea el mejor. Accedimos al local, teníamos una mesa reservada, nos sentamos en unos cómodos sillones y a punto estaba de llegar la tercera sorpresa.


Cuando el camarero me pregunto que deseaba beber, mi anfitrión me dijo: “Ni lo dudes, anímate y pide un coñac Dwin Ararat” le hice caso. Sabía que, entre los coñacs más valorados del mundo, con numerosos galardones, se encuentran los coñacs Ararat, pero desconocía la historia del Dwin.


Resulta que, en la Conferencia de Yalta, 1945, esa en la que se juntaron Stalin, Churchill y Roosevelt para coordinar los planes de guerra entre, los hasta ese momento, aliados, Stalin le regalo al dirigente británico una botella de Dwin Ararat. Churchill, que de todos es sabido, no le hacía ascos al alcohol, valoro y mucho aquella bebida haciéndoselo saber a Stalin. Parece que el ruso le mando regularmente durante años cajas de botellas del preciado coñac.


Me sirvieron mi trago, tome mi primer sorbo y mientras tanto alguien comenzó a interpretar Kind of Blue del maravilloso Miles Davis. ¿Se puede pedir más? A veces, aunque no nos demos cuenta, tenemos el paraíso mucho más cerca de lo que imaginamos.

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