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KHIVA, UNA JOYA EN EL CORAZON DE LA RUTA DE LA SEDA



Dice el refrán castellano: “Unos tienen la fama y otros cardan la lana” y quizás eso sea muy cierto si nos trasladamos a Uzbekistán, uno de los países que forman Asia Central y que antaño fue el corazón de la Ruta de la Seda.


Esa legendaria ruta, cuyo nombre fue dado en el siglo XIX por el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen, que por cierto era tío del Barón Rojo -as de la aviación alemana en la 1 ª Guerra Mundial- estaba repleta de ramales y sirvió para que durante mucho tiempo las caravanas cargadas de valiosas mercancías circularan de este a oeste y viceversa en un intercambio no solo de objetos valiosos, sino también de saberes, conocimientos y religiones.


Pero volvamos al principio, si lugares como Samarcanda o Bukhara hacen que al oír sus nombres la mente de cualquier viajero sueñe con viajes y aventuras, todavía quedan pequeñas joyas escondidas, como Khiva, que al menos para mí, permanecen en parte ancladas en el pasado y todavía guardan entre sus calles la esencia de tiempos legendarios cuando sus bazares y caravanserallos estaban repletos de mercaderes y comerciantes.


Me gusta comparar a la coqueta ciudad de Khiva con una pequeña caja de música, esas en las que una bailarina gira a los acordes de la música y que nos embelesa con sus giros. Khiva tiene mucho de eso. Cada paso, cada rincón, cada callejuela, cada casa, cada puerta de sus viejas casas hace que se dispare la imaginación, porque que es un viaje sino la culminación de nuestros sueños.


Mapamundi no pretende ser una guía de viajes y por tanto no os daré una larga lista de los muchos lugares que deberíais visitar si en algún momento decidís viajar por este perdido rincón de la Ruta de la Seda, tan solo pretendo, como hizo Marco Polo, ahí es nada, cautivaros a través de mis historias.


Hace muchos, muchos años abandone Samarcanda, ese lugar que el gran viajero veneciano describió en su famoso libro, como:”una bellísima ciudad, llena de hermosos jardines y productora de cuantos frutos puedan desearse”, mi destino era Khiva, pero confieso que al llegar me desilusione, esperaba otra cosa, enseguida me percate que estaba en la ciudad moderna, yo buscaba la otra, la antigua y efectivamente al atravesar una gruesa muralla penetre en lo que yo había imaginado. La ciudad intramuros no es muy grande apenas 600 metros de ancho por 400 de largo, pero allí dentro, el tiempo parecía haberse detenido.


Me aloje en una sencilla casa de huéspedes que tenía una agradable terraza llena de alfombras y cojines, las vistas de la ciudad antigua desde allí eran increíbles. Deje mi ligero equipaje y me lancé a la calle dispuesto a recorrerla sin rumbo fijo, permanecería allí varios días y preferí qué en este primer paseo, mi guía fuera la intuición, esa que nuca falla cuando uno lleva alerta los cinco sentidos.


Caminaba lentamente y ensimismado, miraba a izquierda y derecha, me detenía para observar las elaboradas puertas de madera de algunas casas, andaba por estrechas callejuelas descubriendo bellos rincones y de pronto me tope con una especie de pequeña plaza donde había algunas mujeres elegantemente vestidas con trajes de colores. Me acerque y enseguida una de ellas me pregunto de donde era, conteste, “de Ispaniya”, me hizo señas que esperara y partió hacia adentro de la casa. Al poco apareció con un joven alto y un poco desgarbado que con un bastante buen castellano me dijo: “¿Eres español ?, yo estudie turismo en Salamanca, me llamo Rustam”. Resulta que estaban celebrando una boda y me invitaron a unirme. No lo dude. Dentro de la casa había mucha gente, unos bailaban, otros comían y a cada paso que daba me ofrecían pequeños vasitos con vodka para brindar. Me sorprendió la sincera hospitalidad de estos uzbecos, unos desconocidos que hicieron que me sintiera uno más en su fiesta. Estos momentos imprevistos, esos que no figuran en ninguna guía de viajes son los que engrandecen cualquier viaje. Hubo muchas risas, bromas y buen rollo, pero confieso que al salir de allí todo me daba vueltas, el vodka me estaba pasando factura.


Al día siguiente, durante el copioso desayuno, el dueño de la casa me comunico que un tal Rustam vendría a buscarme en un rato.


Con él, visite todos esos lugares turísticos que uno no debe perderse en esta ciudad, minaretes, mezquitas, madrazas, palacios, mausoleos, mercados, antiguos caravanserais, tiendas de artesanías, librerías, etc, pero para mí Khiva fue un lugar donde soñé, donde disfrute de los pequeños detalles, donde, en mi imaginación, pude revivir los cuentos de las 1001 noches y donde pude saborear que el tiempo en Khiva si uno quiere discurre lento, muy lento.


Ya lo dijo Robert Kaplan en su excelente libro Rumbo a Tartaria, “la esencia del viaje consiste en lentificar el paso del tiempo “. Aquí lo dejo.

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